REVISTA EN GENÉRICO NÚMERO 39

ntre los escarpados y altos montes de Tras la Sierra y Tormantos, alimentado por arroyos y espumosas gargantas, fluye manso un río de aguas cristalinas, que arrulla y da nombre uno de los valles más célebres de nuestra geografía: el Valle del Jerte. Paso natural entre Extremadura y las tierras del Duero, este remanso de paz cacereño alberga una impresionante biodiversidad. Entre sauces, alisos, fresnos, encinas, robles y, sobre todo, sus emblemáticos cerezos, habitan ciervos, jabalíes y corzos, casi desaparecidos a finales del siglo XX y ahora recuperados en esta área; también zorros, tejones, águilas, ruiseñores o pinzones, anfibios y hasta más de cien especies de mariposas. Son once municipios los que componen esta mancomunidad privilegiada que cada año, al llegar la primavera, recibe visitantes de toda España y de fuera de nuestras fronteras, para contemplar un espectáculo único: la floración de los cerezos. Pero no se piensen que disfrutar de esta explosión en blanco es sencillo. Como tantas cosas bellas en la vida, el evento tiene algo de inesperado y azaroso y, aunque los lugareños tratan de afinar las fechas para esta fiesta, acertar no siempre es sencillo. Suelen ser diez días de esplendor entre mediados de marzo y mediados de abril durante los cuales más de un millón y medio de exuberantes cerezos se ‘visten’ de blanco adornando el valle de un modo inigualable. No se pierdan la vista panorámica desde el Puerto de Tornavacas, que abarca todo el valle y las majestuosas montañas circundantes. En estos días, Fiesta de Interés Turístico Nacional, se organizan multitud de actividades en la zona. Las casas tradicionales abren sus puertas, sus fraguas, sus bodegas y lagares, y sus hospitalarios moradores muestran al visitante cómo se vivía antaño y los oficios que dieron fama a la comarca y brindan una oportunidad única de disfrutar manjares típicos como la caldereta de cabrito, las migas con pimentón de la vecina comarca de La Vera, los productos de matanza, la cecina y los quesos, acompañados del vino de pitarra o del célebre licor de cereza, elaborado con las deliciosas frutas de la región. Mención aparte merecen los dulces como la miel, las mermeladas y por supuesto, las picotas en almíbar, porque para las frescas habrá que tener paciencia y esperar a que el verano nos traiga esos deliciosos bocados en rojo carmesí. Además de su naturaleza, este valle alberga un rico patrimonio cultural e histórico. Pueden seguir los pasos de Carlos V en la ruta que lleva su nombre, que comienza en Tornavacas y finaliza en Jarandilla de la Vera siguiendo los pasos del emperador en su viaje hacia el Monasterio de Yuste o visitar pueblos pintorescos como Cabezuela del Valle, El Torno o Piornal ofrecen encantadoras calles empedradas, iglesias centenarias y una atmósfera que invita a sumergirse en el pasado. Es precisamente en este último enclave donde cada año, en el mes de enero, tiene lugar la ancestral y mágica Fiesta del Jarramplas, donde un personaje enmascarado con una traje lleno de cintas de colores recorre la localidad tocando el tambor mientras le tiran nabos (pregunten por la elección de esta hortaliza a los amables vecinos). Impresionantes paisajes, historia y tradición, fiesta y cerezas, el Valle del Jerte es un destino ineludible e inolvidable no sólo en primavera. MARÍA CEREIJO Periodista Valle del Jerte: mucho más que cerezos en flor LA VISITA E www.aeseg.es | 37

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